Corría ya la segunda mitad de la Vuelta a España de 1984 y el líder era Perico Delgado para jolgorio de los fans que se incorporaban al ciclismo a principios de los ochenta, coletazos de aquellas primeras retransmisiones en directo del Tour de Francia, lagos de Covadonga coronados por Marino Lejarreta por delante del todopoderosoBernard Hinault. Había pasado un año desde la exhibición del bretón en la carrera española, la que le terminó de destrozar la rodilla y le obligó a pasar dos años casi en blanco, y todo era Reynolds, la fiebre Reynolds iniciada por Ángel Arroyo y Julián Gorospe y culminada ahora por este joven segoviano, «el loco del Peyresourde» según los franceses, un tipo capaz de cualquier cosa, de esos kamikazes que en seguida entran en la literatura y en el imaginario ciclista.